por enriquebrossa | 15 15+00:00 Dic 15+00:00 2021 | Reflexiones
Escribir me obliga a ser riguroso. Organiza mi cerebro. Me obliga a aprender. A ser responsable de mis palabras. Me enseña a ser consistente. Escribir bien me enseña a pensar correctamente. A tratar de ser sutil un día y bruto otro, que puede venir bien también. Unas veces me pone trascendente y serio y otras me convierte en frívolo o descubre mi propio concepto del humor. Me enseña a observar, a escuchar, a comunicarme y a hablar. A conocer a los demás. A descubrir sensaciones. Me introduce en el maravilloso camino de dejar a un lado lo que para mi vida es superfluo, ya sean cosas o personas. Me enseña lo que sabía, lo que sospechaba que sabía y lo que realmente no sabía que sabía. Me hace crecer. Escribir hace mi vida más intensa. Escribir es, al menos en mi caso, una religión personal, llena de algo parecido a la oración y la meditación. Escribir es un culto personal a algo que está dentro de mí, salga o no en mis papeles, nazcan o no mis escritos.
Escribir puede ser efecto y causa de acción y de aventuras. Escribir aporta momentos de clímax. No te aleja de la vida, sino que la amplifica. Si quieres superar una etapa, no hace falta que sea traumática, ponte a escribir y la cerrarás. Si te sientes estancado, corre, ven y ponte a escribir. Si quieres aportar algo más a tu vida, ven a escribir. Escribir es un poderoso detonante que te impulsará por los caminos que siempre has querido transitar.
Taller de Escritura de Enrique Brossa
Directo por videoconferencia
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
Las personas nos pasamos la vida culpando a los demás de no darse cuenta de lo que no les decimos. La esposa que no se da cuenta de lo cansado que está su marido o viceversa. ¡Pues díselo! El hijo que no se da cuenta de lo que le quieren sus padres. Cuéntaselo y házselo ver. Los padres que no se dan cuenta de la evolución de los hijos. Demuéstralo y díselo. El hombre que no se da cuenta de que le gusta a una mujer, el muy ceporro… ¡Díselo al ceporro o ceporra! Y así sucesivamente. Con lo fácil que es decir las cosas. Pero no. No se dicen. Algunas personas tienen a mi juicio una idea equivocada de lo que es la discreción o la educación. Creen que denota clase, que «da nivel», eludir todo lo que no sean mensajes muy convencionales. Los silencios, los cambios de tema… son molestos y generan malentendidos evitables y problemas absurdos que se disuelven con una ligera explicación.
¿Qué ejemplo podría poner? Ah, sí: Imagínate que has oído hablar del Taller de Enrique Brossa. Seguramente te gustaría asistir a su sesión de los miércoles o los jueves. Pero claro, Brossa no se puede enterar si no se lo dices. Si al menos pones un «megusta» por aquí y por allá, y comentas algo, tipo, «Enrique, has hecho una cumbre con tu última entrada, he estado llorando de emoción debido a la belleza incomparable de tus palabras…» Algo así, discreto, como quien no quiere la cosa… pues al menos sabré de tu existencia. Porque nadie ofrece una sesión, ni ninguna otra cosa a alguien cuya identidad desconoce. La próxima vez que veas que he escrito algo nuevo, tú me pones un comentario tipo, «qué sabias y oportunas son siempre tus palabras, oh, amado Brossa». Y si no reacciono a tiempo pones: «ejem» un par de veces:, Por ejemplo, así: «ejem, ejem» y añades: «que digo yo que qué sabias y oportunas… etcétera». Y yo seguro que caigo y te explico que podrías venir a la sesión del miércoles o el jueves a las 19:30, porque puede entrar una persona. Tú no te decidías a dar el paso, pero, mira, ya que yo insisto, vienes con nosotros un miércoles o jueves.
Y dentro de un año igual presentaremos tu libro.
¡¡¡Pero hay que decirlo!!!
.Taller de escrituraEnrique Brossa
Contacta conmigo para obtener una sesión. OJO, NO ES GRATIS.
Miércoles o jueves a las 19:30 de Madrid.
Por videoconferencia (vivo y directo) para cualquier parte del mundo.
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
Durante todos estos últimos días he estado añorando mucho el tabaco. Estoy acostumbrado a una vida tan sana que me resulta muy perjudicial. No fumo y tampoco bebo casi nunca. He eliminado estos hábitos nocivos, siempre fui moderado en esto, y empiezo a creer que ha sido un error. Debería regresar a aquellas antiguas costumbres levemente autodestructivas para que mis pensamientos y mis decisiones no lo fueran. Me pregunto si no necesitamos todos un rito de desprecio por la vida. Arriesgarla un poco, ya sea corriendo en Sanfermines, emborrachándonos, o haciendo puenting. Da igual. Sentir que la muerte nos pertenece en vez de estar tratando de que no se acuerde de nosotros. Me estoy planteando una vuelta a aquellos tiempos de música, cigarrillos y copas, con sus momentos de claridad febril que seguramente siempre fueron falsos. Cuando se vive la realidad, como hay luz, no se destacan los destellos. Desaparecen los estados de lucidez. Desaparece la melancolía también. Desapareces tú.
Ahora que ni bebo, ni fumo, ni voy contigo, vivo la realidad pero soy ex-soñador anónimo, siempre deseando recaer en ti y en otros vicios.
He salido a pasear solitario muchos días. He caminado con mi perro. Mi perro elimina en parte ese sufrimiento en el que creo poder congregarte como con un conjuro. Con mi perro es menos profunda mi soledad, menos inspirada también, pero más llevadera. Le permito ir delante de mí casi siempre, porque no me gusta militarizar al pobre bicho, quiero verlo disfrutar. No necesitamos que yo sea un matón, así que va delante de mí, en la vanguardia del imaginario comando explorador formado por él y por mí, abriendo una brecha en la niebla de las ocho de la mañana; tirando de mí como de un trineo, me fuerza a acelerar mi paso y a alegrarme; me provoca sonrisas al verle tan eufórico pisando las hierbas, brincando barandillas, poyetes y setos. Me río. Mi perro también me fastidia el rito del responso por ti, de extrañarte como si hubieras fallecido. Así ya no tiene sentido fumar ni envenenarme de ningún modo. Me quita la tristeza y el duelo al que pretendía convocar.
Hicimos un viaje juntos una vez. Unos cinco días. Me acompañaba en el coche, y miraba por la ventanilla con sumo interés. Ha sido uno de los momentos más plenos de mi vida. Vimos ciudades, cruzamos puentes de piedra, descubrimos terrazas, comimos y cenamos a los pies de murallas y avistando espléndidas panorámicas rurales, majestuosas riberas, y mares de olivos. Recorrimos más de un pueblo en el trenecillo de los turistas, él con sus orejas columpiándose al viento. Me esperó a la puerta de las iglesias que quise ver. Le dejé dormir a los pies de mi cama. Lo bañe en una gasolinera, compartimos una pizza…. Fuimos a una playa donde admitían perros… Lo pasamos muy bien. Esconde algo cómico en su mirada. Ahora estamos preparando otro viaje entre los dos, pero esta vez será un viaje más largo, a pie y en dirección a Santiago.
Entre tanto, sigo caminando. Nos estaos preparando físicamente. Unas veces con él, otras solo. Me gusta vagar y pensar. Tener ideas nuevas. Nuevas reflexiones. Unir el pensamiento y la emoción, ponerlos a la par, sin someter a una cosa de las dos al dominio de la otra, es una sensación muy especial. Surgen nuevos momentos de claridad, no sé si falsa o engañosa, pero muy profunda e intensa. Real o equivocadamente profunda. Seguramente ficticia. Y de ahí surgirán probablemente las historias. De la ficción viene la ficción. De esa ficción previamente vivida en un sueño. De esos momentos en los que pareces haber entrado en comunicación con un yo que no siempre quiere venir.
No sé si tengo una condena o un privilegio. Creo haber gozado como nadie y también me he sentido linchado y crucificado de un modo desconocido por la mayoría de las personas que he podido tratar. Ocurre que mucha gente quiere enseñarte a escribir, y lanza artículos de estos titulados con un número, como «Siete tips para que tu novela enganche» o «Cinco maneras de evitar el bloqueo del escritor». O «Nueve claves imprescindibles para describir a un malo malísimo». ¡Puaj! Estas memeces me provocan repugnancia. Artículos a mitad de camino entre la optimización para el SEO y los trucos de las revistas de modas: «Tres frutas que te quitarán las arrugas» o «Cinco maneras de mejorar la vida sexual con tu pareja». Pues igual, pero para escribir. Yo esas basuritas ni me molesto en leerlas ni en contarlas. ¿No te das cuenta, escribidor incauto, de que te están tratando como si fueras una nena tonta? ¿Qué tiene que ver escribir con todos esos «truquis»? No dudo que para esos autores tales consejitos puedan tener sentido pero… ¡Falso! Corrijo: realmente estoy convencido de que ni ellos mismos creen en esos trucos tontos. Siento pena por esos escritores o escritoras. Su mundo interior desapareció un buen día. Han convertido la escritura en un trabajo. ¿Valió la pena? Quizás tras el segundo o tercer amor frustrado perdieron la ilusión, ya no encontraron mucho más que les hiciese temblar o palpitar. Quizás abolieron la fantasía con la llegada de los hijos, que comen realidad a cucharadas hasta cinco o seis veces al día. Les comprendo. Pero no deberían aconsejar memeces. Hay que respetar más al escribidor, porque se lo merece. Tiene la ilusión que a ellos les falta; el brillo en la mirada que otros han perdido. Yo respeto eso.
Escribir es pasear entre la niebla, como mi perro y yo. Es sobre todo, pensar. Es salir a caminar y no estar seguro de conocer el camino de vuelta. Es meterte el mar y el cielo en los ojos. Es dejarte acompañar por el demonio y otras veces tratar a Dios de tú. Es como experimentar un trance íntimo y sincero, sin teatralizar ante terceros. Escribir… Escribir es una mística. Es pensar por ti mismo, porque pensar… pensar es pensar por ti mismo, o no es nada. Escribir es tener algo que decir. No es llenar páginas ni de sensaciones, ni de emociones, ni acumular sucesivas formas retóricas sin sentido, ni describir correcta y pormenorizadamente. La escritura a la que yo me refiero trata de cuando rasgas el telón de fondo que hay en el escenario del mundo y miras por el agujero. Es una puerta a otra dimensión del universo o de tu vida. Asómate a mirar. Si no logras divisar más que los demás… ¿Qué sentido tiene publicar? No corras. Yo no corro. Disfruta, siente, piensa. Sal a encontrar todo esto. Haz como Lázaro: levántate y anda. Abre una brecha en la niebla. Y saca tu mente a explorar.
Enrique Brossa
Taller de reflexión y escritura.
Ven a pensar y a escribir con nosotros.
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por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
No es como cruzar el Amazonas por un puente colgante. Tampoco te pido que te conviertas en un héroe o heroína de película. Esto es mucho más fácil. Solo debes atravesar un pequeño arroyo. Es el que te separa a ti de tus sueños. No es un abismo. Solo puedes mojarte un poco los pies si te caes. Nada más. Y afortunadamente tienes este precioso y pequeño puente artesanal para apoyarte.
Quieres soñar. Quieres pensar. Quieres escribir.
No lo aplaces más.
Atrévete a dar dos simples pasos. Te estamos ofreciendo nuestras manos al otro lado.
Taller Enrique Brossa de Escritura y Reflexión
actividades@desafiosliterarios.com
por enriquebrossa | 25 25+00:00 Dic 25+00:00 2020 | Reflexiones
He topado con una editorial que habla de que sus libros tienen una «perspectiva crítica». Ya nos imaginamos todos que sale en las tapas de sus libros un señor con las barbas muy crecidas, famoso por su manifiesto, al cual, por cierto, me precio de haber estudiado (disfrutando) bien, quizá más que muchos que lo usan como un santón, y lo sacan a colación como a la Virgen en Semana Santa, pero todo el puñetero año.
¿Por qué le llaman crítico a ese tipo de discurso que es el cooficial desde hace décadas? Tenemos el planteamiento cooficial de la derecha y el planteamiento cooficial de la izquierda,, que es actualmente aún más dogmático, más rígido, más inamovible, excluyente, más intolerante aún que el de la derecha. Vivimos una época con dos discursos oficiales y el de la izquierda pretende hacerse pasar por crítico, cuando forma parte de la oficialidad del sistema en Europa. Pretende engañar de modo sistemático y agresivo. ¿Por qué le llaman crítico al discurso que simpatiza con las dictaduras que quedan en el mundo? ¿Qué critica ese discurso que respeta las narcodictaduras? ¿Qué critica si acepta el terrorismo mejor que la democracia? ¿Qué critica, si le parece razonable excluir a la mitad de la población o más que no comulga con sus planteamientos? ¿Qué critica intelectual puede consistir en llamar fascista a todo lo que se menea? ¿Critican al ministerio de la verdad? ¿Qué espíritu crítico hay en apuntarse a capitalizar todas las banderas que van surgiendo, a todas las tendencias nuevas en bloque, sin la menor capacidad de filtrar o matizar un solo enunciado? ¿Cómo se atreven a llamarse críticos si son los mismos que tienen el oligopolio de bufones mediáticos al servicio del político de turno? ¿O es al contrario y y el político de turno está al servicio de los bufones mediáticos y de sus accionistas? ¿Cómo se atreven a llamar texto crítico a vivir del refrito continuo de doctrinas decimonónicas que han ocasionado fracasos tan trágicos? ¿Cómo se atreven a llamar crítico a lo financiado por partidos y poderes políticos? ¡Es que hasta tiene gracia! ¿Hasta cuando van a vendernos la misma moto vieja, averiada y sin repuestos? Realmente, ¿no tienen nada nuevo que decir ni que ofrecer?